Me gustaría hacer una reflexión, a escasos días de cumplir 30 años, porque creo que es importante a pesar de que a mí siempre me ha dado mucho pudor decirlo delante de gente de la profesión. Ahora, que por arte de magia voy a salir de esta minoría, me gustaría reivindicar un mensaje:
Tenemos que cuidar más a nuestros autores y autoras menores de 30 años. Porque, por puros prejuicios, la figura del VERDADERO joven dramaturgo es tratado como un personaje menor que nada o poca cosa importante tiene que contarle al mundo. Lo he podido experimentar durante todos estos años de una forma más o menos sutil, plantándome en talleres y seminarios de escritura teatral donde, oh, sorpresa, era el menor de mis compañeros y mis opiniones eran tratadas con condescendencia. También lo he sufrido por parte de la propia crítica, que no deja de valorar tus textos y montajes como una especie de embrión dramatúrgico que no vale la pena tomarse demasiado en serio. Solo porque su creador tiene veintitantos y aún está aprendiendo (y por supuesto que lo está haciendo, al igual que el dramaturgo de 70). . Causalmente, en el único espacio teatral donde me he sentido más cómodo ha sido en el de los premios literarios (tanto en los pocos que he ganado como en los muchos que he perdido), quizás porque, otra sorpresa, los participantes nos presentamos con seudónimo y la edad no es un impedimento para que los textos sean leídos con una objetividad exenta opiniones prefabricadas.
No me he atrevido nunca a exponer esto en público antes, al menos no así, por miedo a dar imagen de victimista o de prepotente, así que he decidido denunciarlo ahora que me libro numéricamente del estigma. Porque no conozco otra profesión donde los “jóvenes emergentes” estén cumpliendo los 40 años. Ni siquiera dentro del teatro. Se puede estudiar Dramaturgia a los 18 . ¿Qué hacemos de los 22 a los 30?